Este lunes comenzó la 29ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (COP29) en Bakú, Azerbaiyán. La expectativa es alta porque la situación climática es crítica: año a año se rompen nuevos récords de temperatura y las emisiones siguieron aumentando en 2023 respecto a 2022, mientras que los incendios forestales, olas de calor, tormentas y sequías se intensifican. Con cada día que pasa se acorta el plazo para cumplir con la meta de no exceder los 1.5°C respecto a los niveles preindustriales. Acelerar la transición es urgente.
La misión: triplicar las energías renovables
El sector energético representa en el mundo el 73% de las emisiones globales, principalmente por la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural). Para reducir las emisiones provenientes de la energía es necesario reemplazar los fósiles por fuentes limpias de generación (eólica, solar, hidro y nuclear), mejorar la eficiencia en el uso de la energía y electrificar todas aquellas actividades en donde sea posible hacerlo, como por ejemplo el transporte automotor.
Gracias a los avances tecnológicos de las últimas décadas y su creciente competitividad, las energías renovables —sobre todo la eólica y la solar— son una de las herramientas clave para lograr la descarbonización acelerada del sector energético. Para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París (el tratado internacional que busca limitar el avance del cambio climático), es necesario que las energías renovables aporten el 60% de la generación eléctrica mundial en 2030, y alcancen el 90% para 2050, cuando en la actualidad su participación ronda el 30%. Con esa ambiciosa meta en mente, durante la COP28, en 2023, más de 130 países se comprometieron a triplicar la capacidad de energía renovable para 2030.
Es una buena noticia, sobre todo para aquellos países más vulnerables a los impactos del cambio climático, porque acelera una transición tan urgente como necesaria. Sin embargo, una transformación de esta envergadura no será sencilla ni automática, y encontrará obstáculos. En la discusión sobre las barreras para el avance de las energías renovables, la atención suele posarse sobre aquellas vinculadas a aspectos técnicos, operativos o geopolíticos: cuellos de botella en la red eléctrica de alta tensión, el abastecimiento de minerales críticos para las tecnologías renovables, y la dificultad para encontrar soluciones que contrarresten la intermitencia de la energía eólica y solar. Son todos aspectos que hacen al propio avance de las renovables y que, desde ya, es necesario poner sobre la mesa. Pero en esta topografía de obstáculos suele omitirse la dimensión de justicia y desarrollo del Sur Global, un aspecto crucial y generalmente subestimado.
¿Cómo se benefician los diferentes países de la adopción global de tecnologías renovables?
El desarrollo y la producción de las tecnologías necesarias para la transición abre grandes oportunidades económicas para aquellos países logran insertarse en las nuevas cadenas de valor. Es decir, que formen parte de alguno o todos los eslabones de producción de los bienes y servicios que necesita el planeta en su transición: para la energía solar son necesarios paneles, o para la eólica son necesarios aerogeneradores. Alguien tiene que producirlos y venderlos al resto del mundo. Quienes dominan las tecnologías verdes son los proveedores globales de los bienes y servicios del presente y el futuro. En búsqueda de aprovechar esta ventana de oportunidad, muchos países implementaron medidas de política industrial destinadas a favorecer el desarrollo y adopción temprana de tecnologías verdes. ¿Cuál es el premio al éxito? Mayores exportaciones, empleo e innovación, lo que redunda en crecimiento económico, pero también en un posicionamiento geopolítico estratégico.
Para sorpresa de nadie, hasta el momento son los países desarrollados y China —que ya cuentan con capacidades tecnológicas y de innovación consolidadas— los que mejor se insertaron en las cadenas de valor verdes, y así lograron capitalizar la mayor parte de los beneficios de la ola tecnológica verde, mientras que los países de medios y bajos ingresos quedaron rezagados del proceso. De esta forma, los países con más responsabilidad sobre la crisis ambiental son también los que más beneficios económicos obtienen de proveerle al mundo las soluciones al problema que ellos causaron.
Desde 2015 para acá, las inversiones en energías renovables se triplicaron. Sin embargo, la mayor parte fue a los países desarrollados y China: en 2023 recibieron el 84% de las inversiones en energía limpia en 2023, mientras que a los países en desarrollo sólo llegó el 14% del total.
De estos ya limitados fondos destinados a los países en desarrollo, la inmensa mayoría se enfoca en la implementación de proyectos de energía renovable “llave en mano”, es decir, proyectos listos para operar, en donde hay escaso o nulo involucramiento de actores locales en su desarrollo. Este patrón explica por qué los países desarrollados aprovechan la mayor parte de las oportunidades de la revolución tecnológica verde: sus exportaciones de tecnología verde aumentaron un 160% entre 2018 y 2021. En cambio, los países en desarrollo registraron un modesto incremento del 32% en sus exportaciones verdes, al tiempo que vieron caer su participación en el comercio global del 48% al 33%.
Por una transición justa, también para Argentina
La transición puede ser una gran oportunidad para construir un sistema energético más sostenible y más inclusivo. En el proceso de cambio tecnológico necesario para la transición, podemos mejorar el acceso a la energía, incentivar la creación de capacidades productivas y la agregación de valor, generar empleo y promover el bienestar de manera más equitativa entre las regiones del mundo. Sin embargo, en la práctica, la participación de los países del Sur sigue mayormente atada a su histórico rol como proveedores de materias primas —por ejemplo, minerales críticos para las tecnologías verdes—, sin aprovechar esta transformación global para apalancar su proceso de desarrollo.
Para revertir este rumbo, es necesario incorporar la dimensión de la justicia y el desarrollo tecnológico a la conversación sobre energías renovables. El desafío es, en primer lugar, lograr un despliegue masivo de tecnologías limpias en los países del Sur, revirtiendo la actual concentración de inversiones en renovables. En segundo lugar, propiciar que ese proceso sea beneficioso para la sociedad y la economía de los países, desde una perspectiva de generación de empleo, acceso asequible a la energía y construcción de capacidades locales. En otras palabras, beneficios materiales concretos. Hay un serio riesgo de no abordar esta agenda de desarrollo en la discusión climática: conforme se amplían las brechas entre países desarrollados y países en desarrollo, es cada vez más posible que los segundos evalúen que la descarbonización no contribuye a su bienestar y demoren su avance en esa dirección. Y esa demora costará caro en un momento de la historia en donde cada décima de grado celsius cuenta.
Y una nota final para Argentina. Nuestro país tiene, por un lado, un gran potencial eólico y solar —al punto de incluso poder aventurarse como exportador de nuevos sectores verdes, como el de hidrógeno— y ciertas capacidades industriales asociadas a las energías renovables. Por el otro, un camino consolidado en sectores “marrones”, como el hidrocarburífero y el automotriz, es decir, sectores en ocaso que quedarán atrás en el proceso de transición hacia la sostenibilidad. Entonces, la pregunta por el aprovechamiento de la transición para el desarrollo es central. Responderla de manera exitosa requiere pasar de la enunciación a la acción. Por un lado, hacer un uso estratégico de la política exterior para conformar redes de cooperación y exigencia con otros países en vías de desarrollo, que velen por una agenda Norte-Sur en el despliegue de energías renovables. Por el otro, a nivel local, incentivar el avance de las energías renovables y asociar a ese proceso una hoja de ruta para el desarrollo de capacidades locales. La agenda verde y el cambio climático ya no pueden ser una preocupación de segundo o tercer orden, y la transformación verde no debe ser solo una discusión ambiental: debe ser una discusión sobre el desarrollo nacional. Sí, la transición global es inevitable y Argentina debe acudir a ese llamado, pero puede hacerlo bajo sus propios términos y en función de sus propias urgencias.
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